Opinión

Los cinco errores que precipitaron la caída de Pedro Castillo en Perú (y el vacío político por llenar)

Pedro Castillo habla desde el Hotel Intercontinental, Los Ángeles, EE. UU. 8 de junio de 2022Ted Soqui/Sipa USA / Legion-Media

Esto lo vinculó con la izquierda extrema y le ubicó en un terreno político inestable: le había declarado la guerra al establecimiento. De allí en adelante, ninguno de sus jugadas de repliegue táctico, como cambiar gabinetes, salirse de su partido y negociar con el centro político, le permitieron escaparse de ser la diana a la que todos quisieron disparar durante el año y cuatro meses que permaneció como mandatario.

Con su primer gabinete, Castillo no jugó al ajedrez sino que quiso avanzar mucho más rápido de lo que le permitían las condiciones existentes. 

2. Se replegó sin piso firme 

Cuando Castillo cedió, azotado por la mediática, lo hizo de manera desesperada. Renunció a su partido quedándose sin apoyo político alguno y, con ello, sin capacidad para jugar otras fichas como la movilización popular.

Castillo no estaba acumulando fuerzas ni preparándose a un escenario de mayor confrontación que todos sabíamos que llegaría, tarde o temprano.

Apenas lograba bocanadas de oxígeno en la medida en que cedía terreno y aunque los intentos de ‘impeachment’ fracasaban en el Congreso, la derecha iba fortaleciéndose cada vez más, sin ningún tipo de equilibrio de fuerzas.

3. Se inhibió de interpelar

Quizá el principal error de Castillo fue que en medio de los ataques que sufría, no convocó a los sectores sociales que le respaldaban.

El hasta ayer presidente tiene una historia política de lucha y relaciones con movimientos sociales, con cierto poder de movilización y ascendencia sobre el mundo rural y laboral, que se veía atraído por su propuesta.

Quizá el principal error de Castillo fue, en medio de los ataques que sufría, no convocar a los sectores sociales que le respaldaban.

Pero Castillo, quizá para no aumentar la conflictividad, no jugó ninguna de estas fichas. No convocó a la defensa del gobierno. Ronderos, maestros, sindicatos y magisterio, antiguos compañeros de lucha, no se vieron llamados para una lucha política. Trató de resolver la diatriba negociando dentro de las instituciones liberales que terminarían consumiéndolo.

4. Se bajó del caballo y se quitó el sombrero

Ante la arremetida que sufría, Castillo cambió de imagen. Quizás algún asesor le propuso que se potabilizara a los limeños y entonces abandonó su propuesta simbólica y estética: se quitó el sombrero, que siempre le acompañó durante la campaña y los primeros meses en el gobierno, y que representaba una vinculación efectista con el campesinado y los sectores rurales.

Con un repertorio discursivo cada vez más a la defensiva, Castillo se apeó del caballo (el otro símbolo de su campaña), pero sin poseer otro vehículo para comunicarse con el pueblo que le había elegido en 2021 en contra de quienes hoy, victoriosos, le han derrocado.

Así Castillo quedó “a pie” en contra de las élites peruanas que con sed de venganza, solo por haberles ganado electoralmente, venían a cobrárselas de manera humillante.

En esta fotografía de archivo del 16 de abril de 2021, Pedro Castillo, posa para una foto en Chugur, PerúMartin Mejia / AP

Se acababa así la propuesta populista simbólica de Castillo y sobrevenía una nueva estética que dejaba de representar a lo sectores populares. Al final, nadie lo apoyó durante su derrocamiento.

5. Huir hacia adelante

Castillo prefirió hacer puras jugadas defensivas, que además le impedían la acumulación de fuerzas para la pelea que se venía.

Esperó hasta el último momento para atacar y cuando lo hizo, no tenía las fuerzas mínimas para enfrentar la coyuntura. Con el agua al cuello se jugó de golpe todas las cartas escondidas que ya lucían impresentables.

La pólvora estaba mojada cuando ayer disolvió el Congreso, algo que ya habían hecho, en diferentes situaciones jurídico-legales, los entonces presidentes Alberto Fujimori en 1992 y Martín Vizcarra en 2019. La diferencia es que sus antecesores sí contaron con el apoyo de las Fuerzas Armadas y la élite económica.

En cambio, Castillo estaba solo y eso precipitó no solo su caída definitiva, sino la imposibilidad de su defensa. También convocó en sus últimos minutos una constituyente, promesa repetida durante la campaña pero que había engavetado para no profundizar el conflicto.   

Esta “huida hacia adelante” determina el error final. El gobierno igual estaba caído, pero con este último paso, Castillo y, en cierta forma, los sectores progresistas y de izquierda salieron de la esfera política y se convirtieron  en sujetos “legítimamente” perseguidos (otra vez, terruqueados).

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Su último movimiento lo inhabilita como actor político en tanto hace injustificable su acción incluso para su gabinete, sus excompañeros de partido y sus aliados internacionales.

Si hubiera esperado la votación del Congreso y el posterior derrocamiento, quizá habría podido denunciar el golpe y tratado de mantenerse en la política, así fuera detenido. Pero después de su iniciativa contra el Congreso difícilmente pueda convertirse en un factor de poder o en un referente.

La gestión del maestro rural terminó evidenciando la incapacidad de los progresistas peruanos para enfrentar al mundo conservador que, después de este fracaso, alimentará su insaciable poder de criminalizar y perseguir a sus adversarios.

Hoy nuevamente Perú vive bajo un gobierno no elegido democráticamente y, por ende, con fuertes dosis de ilegitimidad. Pero nadie habla de elecciones porque eso implicaría traer de vuelta al fantasma de lo popular y lo simbólico que, como demostró Castillo, tiene un peso tremendo en el electorado. 

Ese quizá fue su mayor aporte. Su ausencia deja un vacío (electoral) en el territorio popular que alguien tendrá que llenar.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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