El cuerpo humano como el campo de batalla ideológica
En el análisis del proceso bolivariano de Venezuela se habló mucho de que, durante el gobierno de Hugo Chávez, en vez de dos partidos políticos tradicionales, AD (Acción Democrática) y COPEI (Comité de Organización Política Electoral Independiente), igual de corruptos y desgastados, el rol del partido opositor lo tomó la prensa opositora, que, representando las mismas fuerzas políticas de la derecha, fue mucho más eficiente en su tarea de debilitar al Gobierno. Quizás este es el ejemplo más evidente. Pero si observamos al mundo entero, desde finales de la década de 1980, vemos que el proceso de la restauración capitalista en la Unión Soviética de los tiempos de la perestrioka, luego la Primavera Árabe y después el golpe de Maidán en Ucrania, presentado mediáticamente como “la revolución de la Dignidad”, fueron procesos de enroques de los grupos del poder creando grandes ilusiones y expectativas para los enormes grupos humanos que sincera e ingenuamente participaron en las gigantescas manifestaciones callejeras para exigir “un futuro diferente” y logrando, en el mejor de los casos, algunos cambios cosméticos para no tocar nada de fondo, o retrocediendo hasta la entrega del poder a la ultraderecha, como sucedió en algunos países de la Unión Soviética. Los últimos enormes y heroicos movimientos sociales de Chile y de Colombia, hace pocos meses, llevaron al poder a los gobiernos, que según la proyección política de sus votantes, tenían que ser de izquierda, pero que, en la práctica política real, cada vez menos tienen que ver con las aspiraciones e intereses populares.
¿Qué le estará pasando a este nuevo mundo que con tanta manipulación e ignorancia masificada se ve cada vez más desconfiable para los que, a pesar de todo, siguen creyendo en la historia y buscan un cambio de verdad para todos?
En las últimas décadas hablábamos mucho del fracaso definitivo del sistema neoliberal que ya nada tiene que ofrecer al ser humano, y junto con eso creíamos entender que deberíamos actualizar nuestras herramientas heredadas de los abuelos, que ya tan poco nos sirven para este cambio tan anhelado. Como decía un amigo de esos nuevos movimientos sociales a sus compañeros de la vieja izquierda comunista, “buscamos lo mismo que ustedes… también queremos volar a la Luna, pero para eso necesitamos construir un cohete… ya sabemos que el burro no nos sirve como transporte para volar a la Luna…”. Menos mal que no se conocía todavía el nombre de Elon Musk para terminar de confundirnos con todo. El cohete despegó, pero camino a la Luna tuvo un rápido desvío, y quedándonos al lado de nuestro viejo y nostálgico burro, nos quedamos atónitos y perplejos.
Hace solo un par de décadas, tras la caída de las últimas dictaduras militares en los países del Cono Sur y después del evidente fracaso de las desastrosas democracias neoliberales de los tiempos del ‘fin de la historia’, realmente creímos en el imparable avance de los ‘gobiernos progresistas’, que ganaban en un país tras otro, y desde sus diferentes matices de la izquierda pretendían repintar una esperanza para todos, y la cosa parecía marchar bien. Algunos pensábamos que era suficiente reemplazar partidos políticos por los movimientos sociales, tejidos de los grupos indígenas y sindicales, escribir democráticamente las nuevas constituciones. Luego, fuimos testigos de cómo el sistema se recompuso y contraatacó por el flanco mediático y cultural, el que considerábamos tan nuestro, que hasta ahora cuesta tanto darnos cuenta.