De la misma forma, su triunfo supone la derrota, aunque no total ni definitiva, del populismo de derecha radical representado por el actual presidente Jair Bolsonaro, quien también demostró ser un líder popular con los resultados obtenidos en primera y segunda vuelta.
Lula no le ganó en esta ocasión a un candidato liberal escogido por el ‘statu quo’ e inflado por el marketing, sino a otro coloso de la política, lo que, si bien da vértigo por lo que representa, engrandece la victoria del líder histórico.
A qué se enfrenta Lula
Más allá de su indiscutible victoria, habrá que advertir (durante la fiesta que congrega su triunfo) que Lula tendrá que enfrentar una cruda realidad económica y política en su país.
Por un lado, la crisis mundial y la pospandemia marcan un presente inasible en el campo económico. Bolsonaro ejecutó una cantidad de medidas que van a suponer una enorme carga fiscal y diseñó a su sucesor un verdadero campo minado, que puede hacer explotar el conflicto social. Entre ellas, la disminución sensible del precio de combustible que la nueva administración tendrá que cubrir, o sincerar, todo esto con altas expectativas en el electorado de una mejoría rápida.
Muchos de sus votantes esperan que la vuelta de Lula traiga la mejoría económica que se vivió durante sus dos períodos presidencial, en el que pudo gestionar logros sociales inocultables. Pero esas expectativas no se cumplen automáticamente.
El bolsonarismo ha demostrado que, pese a su discurso radical e incorrecto, tiene la capacidad de crecer y de perpetuarse y que además cuenta con personajes de relevo, lo que a la izquierda le ha costado mucho posicionar.
El nuevo presidente va a tener que equilibrar de manera perfecta la marcha de la economía real, con una distribución más justa de la riqueza, ambos objetivos que no suenan nada fácil debido a la desestabilización mundial.
Por el flanco político va a tener una oposición agresiva, con mucho poder incluso para ensayar un ‘impeachmnent’ y, peor aún, bien posicionada para intentar volver al poder en cuatro años. El bolsonarismo ha demostrado que, pese a su discurso radical e incorrecto, tiene la capacidad de crecer y de perpetuarse y que además cuenta con personajes de relevo, lo que a la izquierda le ha costado mucho posicionar.
La cuestión latinoamericana
Este problema del auge de la derecha al que hacemos mención para comprender el relativo buen resultado de Bolsonaro (49,1%) no se circunscribe solo a Brasil, sino que puede verse en toda Latinoamérica.
La derecha ha dejado de centrarse en los discursos políticos liberales y se ha lanzado una aventura hacia el populismo, que le ha permitido astillar e incluso dividir el voto popular que estaba muy compactado en torno a la fórmulas izquierdistas. Esto ya no es así y el resultado cerrado del domingo lo ha demostrado.
La derecha no solo ha venido aglutinando el malestar social sino que ha demostrado, según hemos visto en las últimas elecciones en Chile, Colombia y las regionales de Perú, que han tenido capacidad de sembrarse en sectores populares.
El chileno José Antonio Kast, el colombiano Rodolfo Hernández, el conservadurismo peruano victorioso en las regionales, la oposición al peronismo y ahora Bolsonaro, todos liderazgos y movimientos de derecha que desde sus actuales lugares “antigubernamentales” pueden catalizar su crecimiento, dependiendo sobre todo de los embates de la economía y la forma como afecte el ejercicio de gobierno.