Luiz Inácio Lula da Silva tras vencer las elecciones. Alexandre Schneider / Gettyimages.ru
El presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sabe que tiene que gobernar “para los 215 millones de brasileños” y ha asegurado que “no existen” dos países. Pero los resultados del balotaje muestran que no lo tendrá nada fácil: las urnas reflejan un país fracturado entre dos visiones opuestas, y un Congreso y tres importantes estados dominados por el bolsonarismo.
Lula, que disputó su sexta campaña y se hizo con una inédita tercera victoria presidencial, reconoció en su discurso de celebración que gobernará “en una situación muy difícil”.
Por ahora, el exmandatario (2003-2010) no ha recibido la llamada de Bolsonaro para felicitarle por su victoria, como tradicionalmente hacen los candidatos derrotados en Brasil, y a pesar de que varios de los colaboradores y aliados del ultraderechista lo hicieron en la noche del domingo. También países como EE.UU., China, Rusia, Argentina o Francia, entre otros muchos, le han felicitado y se han mostrado dispuestos a trabajar con él.
El actual presidente Jair Bolsonaro al depositar su voto. Bruna Prado / AFP
“Me gustaría estar simplemente alegre, pero estoy alegre y medio preocupado. Porque a partir de mañana tengo que empezar a preocuparme por cómo vamos a gobernar este país . Necesito saber si el presidente que hemos derrotado permitirá que haya una transición, para que podamos tener conocimiento de las cosas”, aseveró Lula, que a sus 77 años recién cumplidos se convertirá el próximo 1 de enero en el presidente con más edad en asumir el cargo.
Pero probablemente este ‘impasse’ creado por Bolsonaro –algo previsto dada su intensa campaña de descrédito de las urnas– y el hecho de que haya ganado con el margen más estrecho (50,9 % frente a 49,1 %) desde la redemocratización del país, no será el mayor escollo al que tenga que hacer frente el izquierdista en los cuatro años de gobierno que tiene por delante.
Unir el país
“Tengo dos meses para montar gobierno. Necesito escoger bien cada personas que va a participar en la nueva democratización de nuestros país”, dijo sus seguidores la noche del domingo.
Su primera meta será tratar de unir un país completamente polarizado desde que el excapitán del Ejército llegó al poder con un discurso de odio hacia una izquierda, que estuvo 14 años en el poder hasta que la expresidenta Dilma Rousseff fue destituída por el Congreso en 2016.
Luiz Inácio Lula da Silva vota en el balotaje del 30 de octubre. Bruna Prado / AFP
“Para que tenga éxito deberá predicar desde el principio por la pacificación nacional, por la unión del país, y tendrá que demostrar ya en la composición de su gobierno esa voluntad de hacer un gobierno más amplio, un gobierno que haga un movimiento hacia el centro e incluso hacia la derecha”, consideró el analista Josias de Souza en el portal UOL.
Parte de su trabajo pasará por acercarse a los influyentes lobbies que Bolsonaro sedujo en 2018, como los evangélicos (un credo que ya practica más de un tercio de los brasileños ), los ruralistas –un pujante sector que atrae muchas divisas para el país–, y los militares y partidarios de las armas en nombre de la autodefensa.
Auxilio Brasil, salario mínimo
Entre las decisiones más urgentes estará mantener el programa de ayudas económicas Auxilio Brasil –que pasará otra vez a llamarse Bolsa Familia, como lo bautizó Lula en 2003 y que luego cambió Bolsonaro–, y aumentar el salario mínimo real.
Lula recoge un país que en los tres primeros años de Bolsonaro creció una media de 0,6 %, muy afectado por la pandemia , y que en 2021 cerró con una inflación anual de un 10,06 % , la peor cifra desde 2015, lo que lastró mucho el poder de compra de los brasileños, sobre todo entre los más pobres.
Las medidas de estímulo tomadas por Bolsonaro en el último año de cara a las elecciones lograron contener la inflación y bajaron el desempleo al 8,7 %, el mejor nivel desde 2015. Lula tendrá como reto seguir con esa tendencia.
También encontrará un Brasil golpeado de nuevo por el hambre, que afecta ya a más de 30 millones de personas, en parte como consecuencia de la pandemia.
Una mujer vota en el balotaje del domingo en Brasil. Bruna Prado / AFP
“No podemos aceptar como normal que millones de hombres, mujeres y niños en este país no tengan suficiente para comer, o que consuman menos calorías y proteínas de las necesarias”, aseveró.
A partir de 2003, cuando llegó a su primera presidencia, Lula gastó grandes cantidades de dinero en programas sociales, gracias a un prolongado ‘boom’ de las materias primas, que sacó a decenas de millones de personas de la pobreza, lo que le valió un gran reconocimiento dentro y fuera de Brasil.
Ahora pretende repetirlo, pero la situación de las arcas brasileñas es muy diferente: para intentar conectar con los más pobres, Bolsonaro tuvo que echar mano de la máquina pública e incluso burló el techo fiscal impuesto por la Constitución. Desde agosto, anunció ayudas directas a los más desfavorecidos por valor de 21.000 millones de reales (unos 4.000 millones de dólares).
Un Congreso más derechas
Lula deberá sacar a relucir su astucia de experimentado político brasileño para avanzar en sus proyectos. La tarea no será sencilla porque el Congreso que salió de las elecciones legislativas del 2 de octubre es mucho más de derecha, conservador y afín a Bolsonaro.
El Partido Liberal (PL) del ultraderechitsa se convirtió en la primera fuerza tanto en la Cámara (99 de los 513 diputados) como en el Senado (14 de los 81 senadores). Si se tienen en cuenta sus partidos aliados, el bolsonarismo podrá hacer una oposición real y decidida en ambas cámaras.
El PT cuenta con 68 diputados, si se suman los partidos que formaron parte de su coalición llegaría a 120 escaños.
Lula trabajará para conseguir asociarse con el llamado ‘centrao’, un influyente grupo de partidos conocido por negociar su apoyo al gobierno de turno a cambio de cargos y otros beneficios. El presidente electo también tendrá que lidiar con gobernadores bolsonaristas en los tres mayores colegios electorales de Brasil –Sao Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro–, así como en otros estados menores, como en Santa Catarina o el Distrito Federal.
Deforestación cero
La victoria de Lula supone un respiro para la Amazonía brasileña, que en estos años de Bolsonaro ha registrado récords de deforestación e incendios. Según los ambientalistas, eso se debe a la retórica y a las medidas que adoptó el ahora mandatario saliente para favorecer el avance del agronegocio sobre las áreas protegidas, entre ellas las reservas indígenas.
Lula, el ‘renacido’ político que asume el reto de cerrar brechas en un Brasil de alta tensión
“En nuestro Gobierno logramos reducir la deforestación en la Amazonas en 80 %. Ahora, lucharemos por la deforestación cero”, aseguró el patriarca de la izquierda.
El mandatario electo ha prometido, por ejemplo, que volverá a dotar de recursos los órganos de control ambiental, que durante el mandato de Bolsonaro fueron reducidos. En la actualidad, en el Congreso se tramitan varios proyectos polémicos promovidos por Bolsonaro y sus aliados, entre ellos uno que permitiría la minería en reservas indígenas. Habrá qué ver qué ocurre con ellos con Lula en el Palacio de Planalto.
Brasil en el mundo
Lula tratará de recuperar la relevancia internacional que tuvo Brasil durante su mandato. Según analistas, la diplomacia bolsonarista deja un Brasil aislado, sobre todo por su empeño de terminar con la tradicional equidistancia, con su excesivo alineamiento con el expresidente estadounidense Donald Trump, en detrimento de China (su principal socio comercial, por delante de EE.UU.), y con países gobernados por la derecha conservadora.
A ese aislamiento contribuyó también la política ambiental del mandatario, que le valió críticas de muchos países y le supuso un enfrentamiento con el presidente francés, Emmanuel Macron, por la Amazonía.
“Vamos a visitar el mundo y restablecer nuestra credibilidad”, dijo Lula varias veces durante la campaña.
El petista también podrá reconectar Brasil con sus vecinos de Sudamérica, una región gobernada por la izquierda en la mayoría de países, de los que Bolsonaro se había distanciado.
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