Por ello, la mejora económica aún no implica resultados favorables en las finanzas propias del Estado. En la crisis venezolana, la soga rompió por el lado más grueso, como era el Estado de bienestar.
Dicho Estado de bienestar esta actualmente debilitado in extremis, con muy poca capacidad de maniobra una vez venida la crisis y la liberalización, que conllevó un bajón exponencial de sueldos y salarios, la eliminación de impuestos a la importación, la eliminación de prácticamente todas las conquistas sociales y laborales y la imposición en el ámbito económico de la máxima liberal: “dejar hacer, dejar pasar”.
Pero la apertura permitió que todos los sectores, incluyendo los de menos recursos, tuvieran nuevas formas de acceso a divisas y, con ello, pudieran superar la debilidad del bolívar y la asfixia internacional.
Hay que recordar dos fuentes de financiamiento que impidieron una crisis peor. La primera (y principal en su momento) fueron las remesas, que se constituyeron en el primer ingreso no petrolero de importancia y llegaban de manera directa a las familias. Luego, con la eliminación de impuestos, gran cantidad de personas, incluyendo los sectores populares, comenzaron a comprar productos en la frontera para comerciarlo.
Con la recuperación económica o el reconocimiento de una nueva economía no ha vuelto el Estado de bienestar. Por ello, el principal problema ahora ya no es el de una “depresión” económica, sino el de la desigualdad social.
Así se derrotó el intento de bloquear la economía y el dólar fue corriendo por todo el tejido social después que el Estado despenalizó su uso.
Como decimos, con la recuperación económica o el reconocimiento de una nueva economía no ha vuelto el Estado de bienestar. Por ello, el principal problema ahora ya no es el de una “depresión” económica, sino el de la desigualdad social. Una nueva clase emergente viene a empoderarse como un actor económico (meramente importador y del sector comercio) y devela una nueva realidad que no se ajusta ya ni a la catastrófica de los medios ni a la Venezuela propiamente chavista, pero sí a la del resto de América Latina.
A esta etapa económica se ha llamado la “economía del bodegón”, aunque se merece una categoría más compleja que incluya otras formas de acceso a divisas, como las mencionadas anteriormente, a las que hay que incluirle la exportación de oro y mercados emergentes como las criptodivisas.
Y es allí que se ampara la nueva imagen de Venezuela para hacer notar su relativa recuperación, efectivamente constatable, no solo por la existencia de la nueva clase, sino también por el mejoramiento de los ingresos de muchos de sus habitantes, sin desmeritar sectores depauperados que no pudieron acceder a las divisas debido a condiciones de edad o salud.
¿El Estado a la carga?
Desde comienzos de este año se viene preparando una reformulación del Estado que le permita posicionarse nuevamente como un actor económico de peso.
La medida más importante hasta ahora es la aplicación del Impuesto a Grandes Transacción Financieras (IGTF) aprobado por la Asamblea Nacional a comienzos de febrero. El Estado está retomando su papel recolector, tratando de pechar los dólares que se mueven en la economía y ganar algo del músculo financiero, que se le ha venido atrofiando.
El aumento de sueldos es otra señal. Ciertamente es aún muy incipiente. Ha pasado de 7 dólares a 30 dólares el mínimo mensual, pero es un indicio de que el gobierno va a operar en ese sentido, abandonando los discursos del “salario integral” que esgrimía cuando le reclamaban los bajos sueldos.