La historia de su gobierno es una seguidilla de intentos de tratar de defenderse de los ataques cada vez más agresivos de su adversario político, perdiendo cada vez más la capacidad para controlar la situación. Las organizaciones y los movimientos sociales e indígenas del Perú, que debían llegar a ser la base principal, que es el apoyo del gobierno y la fuerza de presión para seguir con las reformas prometidas, tampoco pudieron cumplir con este rol. La responsabilidad de esto no solo es de Pedro Castillo, sino también de las viejas y sectarias tendencias de la izquierda, tan acostumbrada a ser la oposición y tan poco capaz de unirse y apoyar una agenda propositiva.
Tal vez le habría sido más conveniente a la derecha peruana esperar con tranquilidad el término legal de este gobierno, que no estaba en condiciones de amenazar a los intereses de ninguno de los poderosos. Pero parece que la avaricia e inmediatismo patronal, multiplicados por el odio racista y clasista, no dejan espacio para lo racional.